viernes, 19 de marzo de 2010

Centrifugando

Dicen que la felicidad es un estado de ánimo. Llegar a ese estado cuesta lo justo para algunos y lo indecible para otros. Desde que nacemos vamos en busca de la felicidad. Queremos conseguir todo aquello que nos haga sentirnos bien, sentirnos agusto, felices, relajados, sin preocupaciones, y algunos lo conseguimos relativamente pronto.



A mis 28, camino de los 29 y ya más cerca de ellos, yo puedo decir que he conseguido la felicidad, en estado puro. Tal cual. No confundirse, que esa felicidad, de vez en cuando también tiene sus manchas de tristeza, pero nada que mi lavadora no pueda arreglar. Cuando algo está sucio, manchado, lo lavas y queda como nuevo. Listo para volver a ponertelo y lucirlo para que todos lo vean. Las manchas, antes aparecían con mayor frecuencia. Ahora, con el paso de los años, llevo más cuidado. Intento que mi felicidad, no se manche de tristeza tan a menudo como antes, y, la verdad, es que lo he conseguido. Y me siento orgullosa de mi misma. Porque antes, había personas que podían manchar mi felicidad, de echo, la manchaban, y yo, le daba mil vueltas a mi cabeza, como una lavadora que nunca termina su ciclo de centrifugado. Ahora, también hay personas y circunstancias que manchan mi felicidad, pero el centrifugado es muchisimo más corto, menos dañino.









Supongo que me ha costado entenderlo. Me ha costado ver, que las prendas de la lavadora, hay veces que soportan ciclos de lavado prolongados, y que otras veces, la ropa que lavamos es delicada y hay que llevar más cuidado. He aprendido a ver, que en mi lavadora, todos las prendas son delicadas, y que las tengo que tratar con el mayor de los cuidados. Y eso hago. Desecho todo aquello que me mancha ( siempre con el mayor de los cuidados en la seleccíon) y me quedo con las cosas que me ayudar a estar limpio (ojo! que hablo de felicidad, que leido así parece que me meto!).



Y, que quereis que os diga. Me siento feliz.

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